Vengo del invierno,
día catorce
luna nueva
dulce diciembre
en una noche serena.
Mi madre,
cansada de llorar, gritaba,
cansada de luchar, luchaba,
paría una niña, una montaña
fría, silenciosa y blanca.
Vengo de la primavera,
sostenida de manos fuertes
en flores femeninas,
del resplandor de los suspiros eternos
y la magia del deshielo en poesía.
Mis familias
unían sus voces,
encontraban sus miradas,
soles encubiertos
que otrora no brillaban.
Vengo del verano,
del extenso día
de mucho trabajo,
del color de los ochentas,
y el calor del café perlado.
Mi abuela,
su espera
y sus cálidos abrazos,
como luz incandescente
de mi alma, el amor y el faro.
Vengo del otoño,
de la brisa bogotana
y la neblina pamplonesa,
del olor a tierra húmeda
y de acema santandereana.
Las letras,
cual refugio de silencios largos
y ausencias estrelladas
que entre fábulas y cuentos
fueron origen y fin de las duras temporadas.