Empezó con el final,
con la conciencia de las cosas rotas,
como las puertas que ya no abrían,
o el cristal destrozado del florero que ya no está,
como el café frío, la coca-cola sin gas y las fotografías estropeadas.
Empezó con la implosión de las cosas pequeñas,
la verdad apenas oculta bajo la superficie de los detalles,
como los ecos de gritos disimulados y las ausencias prolongadas.
Empezó con el final,
con una explosión anunciada que destruyó todo a su paso,
y un daño colateral que aún perdura en el tiempo.
Empezó con la conciencia de las cosas rotas
y la certeza
de que jamás serían reparadas.
Solo queda recoger los fragmentos que ya no encajan
y tratar de demostrar con ellos
la belleza de las cosas rotas.