Primero fue la música, en la voz de los demás.
Primero fue la tediosa y eterna soledad de los domingos por la tarde.
Primero fueron los demás que crecían sin afán.
Primero fue decir no más,
no más incendiar la voz con tanto silencio,
no más a lo que los demás sabían mejor.
Primero fue la música.
Primero su resonancia de horas en mi incertidumbre de siempre.
Primero su eco de cuerdas, su terca permanencia en mi nostalgia antigua
abriendo camino en la oscuridad de los doce años cuando ya es lunes,
y la soledad del domingo se sigue arrastrando asolapada,
y te convierte en otro,
y te obliga a hacer tu propia música con palabras,
con las palabras tuyas y no las de otro.
Entonces, ya eres otro con palabras propias y un temblor nuevo:
el temblor de las palabras que ya no te dejarán nunca.