A veces quisiera volverme fogata,
espantar la niebla que empapa los huesos,
que también las nubes se llenan de excesos,
y el trópico pierde su chispa innata.
A veces quisiera un sol de bolsillo,
cubrirme de rayos en tardes de lluvia,
que sea lucero en la noche más turbia,
hacer de mis dedos el cantar de un grillo.
He pedido un sol y me ha llegado luna.
No tiene brillo, ni fuego en su alma.
No hay rayos que alumbren mis horas de frío.
Pero en su simpleza me ha traído calma.
Ya no hay afán ni congoja alguna,
me ha envuelto su luz en las aguas del río.