(Para Julio)
Hay un pino,
en el Picacho,
que lleva tatuada
la seña de la trenza
de la cuerda que usaste
para colgarte.
Algún día
entre el nudo
de sus raíces
esconderé las palabras
pendientes
que oscilan
en el péndulo de mi lengua.
Quisiera, sin embargo,
que desde ya supieras
que desde tu suicidio
no pienso
en suicidarme.
Que ahora no comprendo
cómo pude haber pensado
—seriamente pensando
imaginando los cómo,
los dónde, los cuándo—
en matarme.
Es junio,
dentro de poco cumpliré
treinta y tres años.
Llueve todos los días
y la angustia de siempre
sigue intacta
adentro.
Soy más feliz que nunca
y este dolor
no lo cambio
por nada.