Como en orden de llegada,
yo me quedé con todo lo del primer apellido,
y él con todo lo del segundo,
esto incluyó amores y dolencias.
Él se quedó con la sonrisa eterna de la abuela,
la devoción a la mamá,
el gusto por la comida de casa,
el odio por la comida de mar.
El se quedó además, con un asma
y de respirar lento, se quedó con la tranquilidad.
Yo en cambio me quedé con el carácter fuerte,
el amor por los trenes y las herramientas de papá.
El gusto por hacer cosas con las manos
y la comida de mar.
Yo me quedé además, con una taquicardia
que de palpitar rápido, me dejó la intensidad.
Ambos sellamos el trato
con una promesa en forma de lunar.
Y para nunca perdernos negociamos el aspecto,
yo me parezco a la mamá y él al papá.