Amor matemático
Dicen que la suma de las partes no siempre comporta el todo. ¿Acaso es el amor una ecuación donde a un lado te sumo y si me muevo al otro te resto?, o ¿tal vez es tan cruel que solo hace falta avanzar un pasito para dejar de multiplicar y dividirnos?
Creemos que las utopías sólo valen cuando el amor actúa de telón de fondo, y ¡vaya que lo hacen! ¿Pero acaso el amor no es como un límite tendiendo a infinito, que se deshace en lo asintótico de lo real y habita lo complejo?
Leemos que el amor es universal y está hecho de lo que nos une. Pero ¿no se parece más a una intersección que a una unión? Acogemos lo que nos atrae pero rechazamos lo que no compartimos. Reducimos lo universal a lo particular haciendo a un lado lo que difiere, y que por cierto, nos termina separando.
Derivamos nuestra felicidad del amor, pero integramos su tristeza y amargura en el camino. ¡Qué paradoja más hermosa!. Creer que nos expande el alma, pero en realidad la contrae en un área determinada por unas cuantas personas.
Coincidimos en que la vida sin amor no tiene sentido. ¿Pero acaso con cada amor nuevo no se nos factoriza más el corazón? ¿O tal vez sea con el desamor?
Y entonces me pregunto y no obtengo respuestas que me satisfagan. Tal vez como las matemáticas, el amor es un problema continuo que nunca será resuelto, solo requiere convicción y fe en algo más allá de nosotros mismos, de los números y de los teoremas, de los dogmas y de sus inefables conexiones con la ecuación que modela el latir de nuestro corazón.