Poesía sin Respeto

Karen García

Nació en Tunja, Boyacá, en el último mes de los ochentas. A pesar de su gélido lugar de nacimiento, es altamente intolerante al frío y muy presta a los vientos caribeños. De su madre heredó la sonrisa, inevitable, así esté triste. De su padre heredó el llanto, incontenible, sobretodo si está feliz. De su madre heredó la destreza prematura con las palabras. De su padre heredó la destreza tardía para andar en bici. Estudió Economía en la Universidad Nacional. No siempre estuvo segura de seguir esa carrera: cuando decidió persistir en la más dismal de las ciencias, lo hizo porque quería entender cómo acelerar la disminución de la pobreza. Al desanimarse ante la certeza de que existen los efectos colaterales en todas las acciones - en especial si éstas se formulan desde el centro, desde arriba y con toneladas de burocracia en la mitad-, terminó dedicándose a convertir los datos estadísticos en lenguajes parlantes que denuncian cosas. En un punto comprendió que se puede ser todo lo que se quiera, lo que no alcanza es el tiempo. Actualmente, Karen trabaja haciendo feminismo de datos. Aunque el trabajo le deja poco tiempo libre, le emociona que los datos sumen al martilleo que lentamente va fracturando el colosal iceberg del patriarcado. Además, Karen es practicante -y ha sido maestra ocasional- de yoga. En yoga ha entendido que la filosofía se absorbe con el cuerpo y ha encontrado una puerta llena de aire hacia la liberación del sufrimiento. La puerta casi siempre permanece abierta. Karen no puede vivir sin música y es una coleccionista obsesiva de bandas sonoras. Karen se marchita si no escribe. Al escribir, se paga a sí misma algunas de sus deudas.

Rabias infantiles

Mi abuela tiene surcos en la cara.
Es morena y quemada por el sol;
huele a salsas y a líquido desinfectante,
su mandíbula es prominente como la de una bruja.
Me adora con un amor enfermizo,
me alza en todos los altares de sus dones.

Los surcos de mi abuela cruzan también sus entrañas:
las golpizas de terror a su madre de ojos grises,
las tierras fértiles perdidas que el padre se bebió,
los hombres que la abandonaron (o que ella abandonó),
los tres hijos que levantó a lomo limpio,
la casa que no pudo comprar,
el robo de los ahorros que prometían,
la libreta militar que le pagó al coronel que,
luego del pago,
se perdió.

Los cantos de mi abuela en el patio,
mientras extiende la ropa,
huelen a jabón y a helechos húmedos.
Son cantos campesinos, que hablan de conejos y mazamorras,
de almas en pena y maíz tostado.
Los cuentos que me cuenta, de hombres depravados,
de mujeres buenas y bonitas,
a quienes los hombres solo hacen el mal:
los hombres buenos son criaturas mitológicas.

Yo soy bajita y siempre estoy seria,
soy caprichosa
y no quiero estar triste como mi abuela.
No quiero que nadie me estorbe.
Prefiero estar furiosa
y ganar siempre.
Quiero sentirme alta e independiente.
No lo sé, no tengo ni 4 años.
Quiero ponerme zapatos rotos si se me viene en gana,
no estos zapatos ortopédicos
que son de niño viejo.
Quiero comer cosas ricas,
quiero zambullirme entre los morros de arena de nuestra calle,
quiero una hermana con quien jugar,
quiero ser una bailarina que parezca un cisne,
quiero ser astronauta para flotar entre estrellas.
Me visto con tutú y pava blanca
para salir a la calle a coger arena húmeda con la pala roja.

Echaré esa arena entre un balde amarillo.
Haré un castillo frágil.
Como la rabia que siento.

Azul y muerte

Se mecen flores color de berenjena,
te veo pedaleando,
delante mío.
El viento te acaricia los crespos
suaves, amplios, muy negros,
vas un poco jorobado y con la frente limpia.

Yo respiro hondo,
ha llegado el momento.
Tomo una foto para recordarlo:
la vida que teníamos comienza a acabarse.

Ruedas como flotando,
ligero
eres uno con tu bicicleta espigada y negra,
son una sola sombra larga
que se acuesta sobre el asfalto.
Te flanquean espejos inmensos,
interrumpes la explanada gris y naranja
Tranquilo, decidido,
como interrumpiste mi vida hace años:
una mañana de sol,
en un desierto rojo,
me dijiste que olía a café con frutas.

Ruedas flotando
inocente
no sabes que tomo la foto de tu partida.

Yo voy pedaleando atrás,
Sé que seré valiente.

Recuerdo tantas tardes
con este mismo azul,
tardes de amores,
pastas napolitanas, vinos secos,
tazas de té claro, pasteles de manzana,
lecturas soleadas,
videos de música rosada,
comuniones totales.
Mi vida entrelazada con la tuya.

En esta tarde cálida ya huele a muerte,
no hay remedio.

Te estás yendo.

No agarraré la cuerda hasta que sangren mis manos,
mis manos permanecerán suaves,
mi pecho arderá por dentro,
lloraré infinito.
Aferrarme sería el hongo, el fango,
Y acá nunca vimos la decadencia.

Solo no vi venir esta certeza irrevocable.
Pedaleas delante y te vas de mi vida.

En unos días sacarás tus maletas
y yo recogeré mis piezas.
Botaré las que ya no encajan,
traeré nuevas.

Te veo irte
vas adelante.
Yo doblaré por otras calles.
Durante un tiempo va a costarme respirar.
Estaré rota.

Pongo este amargo sublime en una cápsula.

Esta tarde es azul y brillante.

Lo importante
es que huele a muerte.
Lo importante
es no dejar que esta muerte me lleve a mí.